La ciudad de Oruro está situada en un semicírculo de montañas que durante siglos produjeron plata de tan buena ley. La historia de esta ciudad minera, está íntimamente ligada a la legendaria Virgen del Socavón, que desde tiempo inmemorial, es objeto de fastuoso culto en que se mezcla lo religioso con lo pagano.
En la más remota leyenda del lugar juegan papel principal el semidiós de la fuerza, Huari, y la Ñusta -llamada así por antonomasia-, diosa de la mitología aborigen, de quien se dice que en una posterior encarnación se convirtió en la Virgen del Socavón.
El gigante Huari había hecho una de sus principales guaridas en el interior de las montañas de Uru-Uru, en cuyas proximidades habitaba un pueblo de pescadores y pastores de llamas, el más diligente en su culto a Inti, el dios Sol.
Despertado Huari todas las mañanas por la primogénita y bella hija de Inti, llamada Inti Huara (La Aurora), que le descubría con su leve fulgor las hermosas galas de las tierras andinas, enamoróse de ella y queriéndola tomar para sí extendió en su derredor sus brazos de humo y fuego volcánico. Los paternos rayos solares viniendo en ayuda de la perseguida beldad sepultaron en el interior de los cerros todo el poder ígneo del semidiós turbado. Y éste juró vengar la afrenta pervirtiendo al religioso pueblo Uru.
Huari, tomó la forma humana del apóstol de una nueva religión. Con frases y ademanes oratorios comenzó a predicar contra Pachacamac y su obra religiosa y social. Tronaba, pleno de malos propósitos, contra Inti y la jerarquía social; exaltaba la supuesta superioridad de los bienes materiales sobre los espirituales y del laboreo de las minas sobre el de los campos. Los Urus le resistían, pero cuando Huari les condujo a los valles y les mostró y prometió las ubérrimas cosechas ajenas, los puneños que trabajan tierras mezquinas en productos de toda índole, se rebelaron contra sus viejas creencias y autoridades.
Ansiosos de riquezas abandonaron el trabajo cotidiano, duro, pero saludable. Dejaron de orar a Inti, para concurrir a conciliábulos nocturnos en que abusaban de la chicha de los valles, bebida que desconocieran. Alcoholizados, pronto manipularon sapos, víboras, lagartos y hormigas en actos de aquelarre, a fin de enfermar a los habitantes de poblaciones vecinas y aun a sus amigos y parientes y así apropiarse de sus bienes. La gente abatida por los vicios transformóse en apática, huraña y silenciosa.
El pueblo habría desaparecido por las luchas intersticias que advinieron; más un día en que después de copiosa lluvia se abrió el cielo cortado por el arco iris, se hizo presente una Ñusta de singular belleza y de espíritu superior escondido tras unos ojos almendrados y oscuros. De cabellos más oscuros todavía, pómulos salientes y tez no tan bronceada como de las mujeres lugareñas, noblemente vestida aunque a la usanza india, la Ñusta hablaba además del dialecto uro un nuevo lenguaje: el quechua. La acompañaban los curacas y amautas que habíanse exilado del villorrio cuando comenzó su perversión inevitable.
Poco a poco los hombres y sus actos tornaron a ser lo que fueron, revivieron tradiciones, costumbres, religión y ordenamiento social. Se impuso el quechua sobre el dialecto uru y el campo, habría recobrado y aun superado su escasa fertilidad si Huari en venganza, no desencadenara cuatro sucesivas plagas sobre el pueblo arrepentido: Una serpiente, un sapo y un lagarto descomunales e innúmeras hormigas voraces.
Por las montañas del sur reptaba una serpiente monstruo devorando cuanta sementera y ganado estaba a su alcance. Los uros vieron a la distancia las amenazadoras fauces y huían aterrorizados, cuando alguien clamó por la Ñusta quechua y ésta fue vista en contienda apocalíptica dividiendo ya, en dos, con su espada, el cuerpo del ofidio que quedó petrificado.
Por el lado norte, brincando con saltos tigrescos hendía la planicie un sapo de proporciones enormes cuyo resuello calcinaba los terrazgos. El vecindario que le veía venir acordábase de los innumerables batracios que sacrificara en brujeríos y sentía la inminencia de la catástrofe. Oportunamente, un guijarro lanzado por la heroína, con su honda, cayendo en la boca del sapo lo convirtió en piedra.
Cerca a Oruro, en Cala - Cala, existe una laguna de aguas rojizas a cierta hora del día. La leyenda dice que se formó con la sangre del lagarto decapitado con certero tajo por la protectora de los urus al dirigirse el saurio al caserío para destruirlo con furibundos coletazos. El resto del monstruoso cuerpo habría quedado esparcido en el cerro propincuo.
Huari era terco como poderoso, y pensó que su hermosa rival que había destruido tres animales de extraordinario tamaño y fuerza, sería vencida por tropeles de diminutos insectos. Muerto el lagarto, hizo brotar de la cabeza legiones de hormigas que se descolgaron desde Cala Cala llegando al río Tagarete donde los nativos acostumbraban pescar. En angustioso esfuerzo allí mismo, en los suburbios muertos los carniceros insectos fueron convertidos en montículos de arena.
Había por último que atemorizar a Huari, malo como el mismo diablo. Clavada fue la cruciforme espada vencedora en el cerro de Cala-Cala allí desde ahora se levanta una iglesia, y volvió entonces la paz en el contorno.
En las montañas donde según la leyenda, la Ñusta petrificó a la serpiente y al lagarto, las rocas sobresalientes y sinuosas figuran los cuerpos destrozados de ambos animales. Y no hace muchos años que la mole gigante del sapo ha sido destruido para evitar que siga siendo objeto de la superstición popular. En tanto las dunas que bordean la ciudad de Oruro por el lado este, nos sugieren visiones de las hormigas infernales.
Actualmente los devotos danzarines de la Virgen del Socavón se disfrazan de diablos cuyo jefe se llama Huaricato (representante de Huari uno de cuyos avatares sería el "tío" o semidiós de las minas); llevan máscaras cornamentadas decoradas con sapos, lagartos y víboras. Estos diablos representan un drama en el que los siete pecados capitales son personificados por otros tantos diablillos que son vencidos por el Arcángel Miguel y humillados ante la Virgen del Socavón.
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