Al llegar a la esquina que es hoy la "Cruz Verde" miró con cierto recelo hacia la Casa de Gobierno "Aduana Nacional", abrigó cuidadosamente su cara con un poncho, caló el sombrero, requirió en su seno un objeto largo y apresuró sus pasos con dirección al "Pie de Gallo".
La parte más alta de la que en aquel entonces famosa Villa de San Felipe por sus inmensas riquezas minerales, se extendía en las mismas faldas de los cerros "Pie de Gallo" y "Tetilla".
Después de atravesar varias callejuelas y evitando todo encuentro, llegó a una tapia de mediana elevación, agazapado en un ángulo del estrecho recinto que encerraba aquella tapia. Anselmo Belarmino, que así se llamaba el hombre, hizo luz en su resquero y encendiendo una vela escondida en el seno, la colocó en un candelero de barro.
Momento después podía contemplarse arrodillado, orando fervorosamente ante la Imagen de una Virgen de Candelaria, pintada con notables rasgos y coloridos artísticos en la pared de aquel solar abandonado y casi destruido.
II
Ciertos informes y extraños antecedentes que recientemente llegó a conocer el comerciante Sebastián Choquiamo, de mediana fortuna, obligaron a éste, pocos días antes de Carnaval, a despedir de su casa y desahuciar rotundamente las pretensiones de matrimonio que había manifestado un novio de su hermosa hija la india Lorenza Choquiamo.
La noche de ese sábado en que Sebastián estaba ausente de su casa; Lorenza atendía en una tienda de su padre situada en el barrio de Conchupata. En eso, con todo el tono de esa seminobleza de la época de nuestro "coloniaje" y apoyando airosamente en una lujosa daga que llevaba al cinto, entró en la tienda de Lorenza un apuesto joven y pidió con imperio una copa de aguardiente.
A la luz vacilante de un candil se podía notar en las facciones de este joven cierto aire sospechoso y algunos rasgos repulsivos a primera impresión. Tenía la frente chata, los ojos pequeños y vivísimos, la nariz aguileña y una espesa barba cubría la mitad de su cara. Devoraba con la vista a Lorenza y sin más trámite ni cumplimiento arrastró con el pie un banquillo y se sentó a saborear su aguardiente junto al mostrador de Lorenza.
Preguntó por el dueño de la casa y después de observar con alguna inquietud los ángulos oscuros de la tienda se arrancó convulsivamente la barba postiza que lo desfiguraba y se dejó reconocer a Lorenza: era su prometido.
III
En ese tiempo la Villa vivía presa del terror y pánico que llegó a inspirar el famoso bandido Nina-Nina, especie de monstruo que perpetraba sus robos con la mayor audacia y la más astuta sangre fría. Este asesino no pudo ser tomado por la policía, y ni los premios que la autoridad ofrecía por su cabeza, ni las diversas partidas que se organizaban contra él, ni las celadas que se le tendían tuvieron un resultado favorable.
Casi todas las noches de la Real Villa de San Felipe envolvían entre sus sombras y el terror creciente de la vecindad, una víctima del implacable Nina-Nina. Su solo nombre hacía erizar los cabellos de los abuelos que los obligaba a recogerse a sus casas apenas se disipaban las tenues claridades del crepúsculo.
IV
Las siete y media de la noche serían escasamente el sábado de Carnaval que ya citamos, cuando Sebastián Choquiamo se recogía apresuradamente a casa. Media cuadra antes de llegar a su destino, Choquiamo tropezó con una pareja que le embarazaba el paso. Cedió respetuosamente la vereda, pero un ahogado "mi padre" que salió del grupo hizo retroceder a Choquiamo. Comprendió en un segundo que su hija fugaba con su pretendiente y entabló con éste una lucha desesperada.
Minutos después, un estridente ¡ay! Hizo vibrar los aires y una masa pesada quedó tendido en el suelo, mientras un hombre y una mujer se alejaban presurosamente del lugar de aquella escena.
Poco después de lo que llevamos narrando, una joven hermosa vestida de negro golpeaba la puerta del Hospital, apoyando su brazo en un joven que casi desfallecía. Hizo instalar con la enfermera a su protegido en el mejor nicho, encargó que llamaran al señor cura y desapareció súbitamente y como por encanto después de dar su bendición al agonizante y hablándole al oído cortas palabras.
Don Carlos Mantilla, párroco de Oruro, en 1789, recibió la confesión del paciente, quien en esos supremos momentos de agonía y teniéndolo aún clavada en la garganta su propia daga, expuso que él era devoto de una Virgen de la Candelaria que existía en un solar abandonado de la ciudad, y a cuya imagen dedicaba todos los sábados una vela; que él era Anselmo Belarmino alias el Nina-Nina y estando próximo a expirar sin confesión en manos de Sebastián Choquiamo, había sido auxiliado por la misma Virgen a quien veneraba.
De aquí nació ese culto frenético que desde entonces se profesa a la Virgen del Socavón.
Folletín Candelizas de la milagrosa Virgen del Socavón"f
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